No se puede
discutir, ni ocultar, ni menos soslayar que algunas tradiciones han cambiado en
nuestro Mollendo, es la dinámica del tiempo que todo lo transforma y también porque
se introdujeron costumbres y usos exógenos, que han dado como resultado que
muchas tradiciones varíen, que se modifiquen; y desde luego que así como nada
es estático, todo tiene una razón de ser, una explicación, una lógica. Tal vez,
lo que más nos asombra, es la velocidad de los cambios.
El repique
de campanas durante todo el día de difuntos, era una auténtica letanía que no
molestaba a nadie, así mismo mucha gente adoptaba un luto riguroso, hasta con
matilla incluida, tal vez esto último como respetando una tradición anterior,
seguramente era gente mayor que se resistía a los cambios, como nosotros
actualmente. El día era de recogimiento absoluto, todavía dolidos aunque el
difunto nuestro tuviera mucho tiempo de “residente” en el cementerio, tanto que
hasta le habían extendido merecidamente la categoría de “ciudadano”; guardando
las distancias el día tenía bastante similitud con uno de Semana Santa, es
decir cero tolerancia a la música, en particular a los ruidos altisonantes, a
la vestimenta colorida, a las bebidas alcohólicas, etc., y seguramente nadie se
encargaba de recordarlo a cada momento, ni era necesario hacer cumplir con la
fuerza que otorga la ley, existía aún otra ley, la que era dictada por el
respeto y la propia fe y, moral de la ciudadanía. No olvidemos que la
resurrección de los hombres fue revelada por Dios a su Pueblo, la esperanza en
la resurrección corporal de los muertos se impuso como una consecuencia
intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero, alma y cuerpo.
La visita al
cementerio entonces era obligatoria, casi todos teníamos un pariente a quien
dejar flores, en esos tiempos a un abuelo o bisabuelo seguramente, un familiar
más cercano o a un amigo, y quien no tenía parientes le llevaba una
vela y un pedido a Sulspicio Rodriguez, el hombre que vino de Chile y murió
injustamente por un amor en Mollendo.
El Campo
Santo, en esa época con seguridad se ajustaba a tal denominación, era mucho más
pequeño, y el “paisaje” por así decirlo, era impresionante, mucho más para un
niño obviamente, las flores, el olor a velas encendidas, el polvo que
levantaban los visitantes a la zona de tierra, el recogimiento y tristeza
natural de la gente, los responsos, y el silencio cómplice en que se
transformaba el murmullo de esos pasos dignos de una procesión, lentos, soportando
el peso más del respeto que del cansancio, que solo era alterado por los
muchachitos que le daban cierta alegría al medio, que se ganaban “alguito”
llevando agua, escalera y pintura, ofreciendo su servicio para dar un
mantenimiento merecido y anual a las tumbas.
Muchos
ciudadanos mollendinos pasaron a mejor vida cumpliendo el ciclo natural y,
otros muchos se fueron en busca de oportunidades, dejando un espacio vacío, un
lugar que fue ocupado por otros inmigrantes, y como dice el tango…”yo sé que
vendrán caras extrañas”, y vinieron nomás, en buen número, obviamente con sus
propias costumbres y tradiciones, y como de esto ya transcurrió mucho tiempo,
han enterrado también un pariente en ese cementerio, y eso les da categoría
irrevocable de ciudadanos mollendinos.
Los días 1 y
2 de noviembre, la amplia plataforma previa a la entrada al cementerio, viene
siendo usada en los últimos años, con un éxito tan singular que lo más probable
es que se convierta indefectiblemente en una costumbre, que será transmitida al
futuro, generándose así una tradición. Se arman diversos toldos con mesas
y sillas respectivas, para la venta de comidas que van desde el ceviche por la
mañana hasta las parrilladas y polladas por la tarde, no faltan postres y
bebidas, principalmente las espirituosas, las que hacen resaltar las virtudes
del difunto y desaparecer todos sus defectos, las que embriagan, las que sirven
para armar broncas, bueno felizmente la mecha se enciende cuando ya viene la
noche; paralelamente no falta, sobra la música, sobretodo la estridente, como
si no se quien organizara una competencia, a cada toldo corresponde armar un
equipo de música y parlantes con la suficiente potencia como para perturbar el
sueño de los muertos, como para contradecir a los que un día los despedimos con
el trillado: descansa en paz. Tampoco falta la música dentro del cementerio
mismo, ésta costumbre debe analizarse como un elemento cultural trasvasado
desde los 3806 metros sobre el nivel del mar hasta nuestro cero metros, sin
sufrir distorsión alguna, se trata de llevar una bandita a la propia tumba, y
no se crea que los “musiqueros” solo tienen en su repertorio música
triste, de ocasión, se defienden en todos los géneros, desde música
pseudo-clásica hasta chacalonera, ¡salud por los del más allá¡, y lo que es
peor los parientes se quedan hasta que se consuma la caja de cerveza que les ha
servido de asiento, mientras escuchan el pedido, después la siguen afuera, en
los toldos, ¡salud por los del más acá¡. Vuelven a sus casas, convencidos que
los acompañaron aunque sea por un momento, porque después que solos se quedan
los muertos.
Fuente: http://www.geocities.ws
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Hola, les doy la bienvenida a mi blog y les cuento que aquí conocerán las más interesantes leyendas, costumbres y tradiciones de nuestra provincia de Islay y así también conoceremos las riquezas ecológicas que tenemos aquí y que debemos cuidar. Unámonos todos a esta iniciativa Acción Cultural Por un Ambiente Sostenible.
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jueves, 18 de agosto de 2016
DÍA DE LOS MUERTOS EN MOLLENDO
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Islay
Hermosas playas, gente cálida y misteriosas leyendas.
Hola, les doy la bienvenida a mi blog y les cuento que aquí conocerán las más interesantes leyendas, costumbres y tradiciones de nuestra provincia de Islay y así también conoceremos las riquezas ecológicas que tenemos aquí y que debemos cuidar. Unámonos todos a esta iniciativa Acción Cultural Por un Ambiente Sostenible.
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Los viejos tiempos siempre fueron mejores, mas respeto, mas responsabilidad, mas disciplina, yo diria que hasta mas cariño.
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